Ulli Steiner y Peter Albert, esquiadores y escaladores alemanes, viven dedicados a ayudar a otras personas a conseguir sus objetivos en la montaña. Hace diez años, Ulli y Peter fundaron la exclusiva escuela alpina steile:welt en Garmisch Partenkirchen, su ciudad natal en Alemania. Viajan con sus clientes para explorar montañas y cordilleras de todo el mundo. Su vida es la montaña y la viven al máximo; si no están escalando, están deslizándose con los esquíes, siempre buscando nuevas aventuras.
Q&A
¿Cómo fueron vuestros inicios con la escalada?
Ulli: Cuando era un bebé mi padre me llevaba a la espalda por las montañas. En cuanto empecé a caminar empezamos a escalar juntos.
Peter: De pequeño, subiéndome a los árboles. A los 11 años mis padres me dejaron apuntarme a un curso de escalada que daba el club de alpinismo alemán. Éramos un grupo de 10 chavales enloquecidos y dos guías de montaña.
Si tuvierais que dar un consejo a alguien que empieza a escalar, ¿qué le diríais?
Ulli: No lo dejes. Aunque también le diría «no te caigas».
Peter: Haz un par de buenos amigos, comprometidos y con los que te diviertas, y a los que también les guste escalar cada día, cada minuto y cada segundo de sus vidas.
¿Cuál ha sido vuestra expedición o escalada más exigente o gratificante?
Ulli: La cara norte del Cervino (la vía Schmidt). No pudimos dormir ni un minuto la noche anterior con el vendaval que azotaba nuestra tienda intentando destrozarla. Junto con la escasa aclimatación, la vía nos llevó bastante más tiempo de lo esperado. Conseguimos llegar finalmente a la cima a medianoche y disfrutar de las vistas nocturnas de Zermatt a un lado y de Cervinia al otro. Y créeme, el descenso hasta Zermatt lleva su tiempo.
Peter: Proyectos con una probabilidad de éxito o fracaso del 50/50. Si estás centrado, puede que consigas tu objetivo, o puede que no. Tengo el recuerdo de estar tumbado en una repisa cubierta de hielo. Fue un día antes de que mi compañero y amigo Ben, que es meteorólogo, llegara a la conclusión de que se iba a abrir una de esas famosas «ventanas de tiempo». A las cuatro de la tarde tuvimos que parar de escalar por el fuerte viento. Estábamos allí tumbados en nuestros sacos de vivac arrimándonos el uno al otro como si fuéramos ovejas. Toda la ruta se extendía debajo de nosotros sin ningún material fijo. ¿Rapelar? ¡Mejor no! Así que me pasé toda la noche preguntándome si se podría confiar en los datos del GFS. Al día siguiente nos sentábamos en la cumbre del Fitz Roy. Tuvimos suerte.
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